Los cerdos de Bahamas

Una de las ventajas de mi trabajo es viajar a sitios paradisíacos. En este caso, Bahamas. El hecho de haber estado trabajando durante semanas para un proyecto allí, no hizo sino alimentar las ganas de visitar el país, aunque con tanto trabajo no pude reparar en las actividades que podría hacer. Debido a que la visita iba a ser de pocos días e iba a tener tiempo de ocio reducido, me limité a confiar el disfrute a lo que Nassau me podía ofrecer y mi instinto me permitiera descubrir. Solo me hizo falta unos minutos en el avión para darme cuenta de que quizás había pecado de estupidez.

Fui uno de los últimos en llegar en el avión, y según entré percibí algo raro. La mitad de los pasajeros eran turistas rancios de película de serie B. Nada que no hubiera visto antes: camisetas de Disneyland, pantalones cortos docker anchos y chanclas de carrefour. Lo perturbador era el segundo tipo de pasajeros: hombres de negocios trajeados, gomina para exportar y un sospechoso tufo a Trump. Algo olía a Gurtel en ese avión.

En realidad, eso no fue más que el aperitivo de lo que encontré al llegar a Nassau. Después de atisbar playas paradisiacas, lo que encuentras es una población humilde desarrollada parcialmente, salpicada de complejos hoteleros y urbanizaciones privadas perfectamente separadas del entorno. El summum lo encuentras cuando llegan las avalanchas de turistas procedentes de cruceros mastodónticos, los cuales atracan en el puerto durante unos días, colonizan las áreas turísticas y las playas y se vuelven por donde han venido cargados de souvenirs y quemaduras de primer grado.

Y es que Bahamas acusa uno de los males de muchos países en desarrollo y, en este caso además, de ser un paraíso fiscal: movimientos de millones de dólares, los cuales no se materializan en mejoras en el país.Vista Bahamas Mi aventura comenzó con un atasco de hora y media, en la que por fin llegué a la primera reunión que tenía prevista con una media hora de retraso. Para mi sorpresa, fui el primero en llegar. La siguiente hora la pasé con el umpa lumpa de la oficina, o lo que es lo mismo, el informático. Todo para lograr establecer comunicación entre nuestra sala de reuniones y las de nuestros colegas en otros países, aunque por las complicaciones parecía que estábamos tratando de conectar con el rover de la Nasa que pasea por Marte. Al final, trabajamos con una calidad de señal pobre. Tan pobre que por la cámara, mis compañeros no eran capaces de reconocerme a pesar de que en la sala éramos 11 negros y yo. Mi otro compañero no pudo unirse al viaje ya que tenía gripe.

Los asistentes me preguntaron por el compañero que se ausentó debido a la gripe. Les expliqué que había epidemia de gripe en Europa y Estados Unidos, a lo que me respondieron con más preguntas sobre en qué consistía exactamente la gripe, ya que no tenían de eso allí. En ese momento no pude evitar sentirme culpable e imaginarme como un soldado colonizador del ejército de Hernán Cortés trayendo todo tipo de mierda bacteriana en mi cuerpo preparada para acabar con la feliz vida de aquellos isleños. Finalmente, uno de ellos asumió que probablemente acabaría llegando porque todo lo americano les acaba llegando a la isla. Es lo que tienen estos países tan desarrollados. Todo lo que mola lo exportan: apps para el móvil, netflix, la gripe…

De vuelta en el hotel, me entretuve viendo las opciones de ocio recomendadas. Y resultó que la más llamativa era una isla llena de cerdos. Es cierto que durante mis desplazamientos, no dejé de ver publicidad acerca de las distintas ofertas turísticas que hay en todas las islas, y con cierta recurrencia, se veían fotos de cerdos en uno y otro lado: caras de cerdos enormes, cerdos jugando en la playa, cerdos nadando con turistas sujetando cubatas o cerdos correteando entre los cocoteros. Tras un momento breve de confusión pensando en la posibilidad de que Bahamas tuviera algún tipo de producción jamonera, descubrí que Bahamas no es solo un paraíso fiscal, sino un paraíso porcino también. Las fotos de los cerdos venían acompañadas con eslóganes del tipo ¿quién querría nadar con delfines pudiendo nadar con cerdos?. Claro visto así, de manera tan contundente, uno no puede discrepar.

Finalmente, dejé la opción de los cerdos para otra ocasión y me limité a pasear por las playas cercanas a la ciudad. La aventura la cerré como la empecé, en una avión lleno de corbatas, gomina y, en este caso, turistas abrasados por el sol.

Oh Dios mío ¡Brasil!

Hace más de 2 años, por motivos de trabajo tuve la oportunidad de comenzar a viajar a Brasil con bastante frecuencia. Una de las ventajas de mi nuevo trabajo era conocer mundo, lo que nadie me contó antes de empezar era que me pegaría jornadas maratonianas de trabajo saltando de ciudad en ciudad, cogiendo vuelos con la misma destreza con la que cojo taxis.

La verdad que el equipo de trabajo era, cuando menos, peculiar: el jefe, un tipo francés, lo que en España podría ser un parte-bocas y que en realidad era una mezcla perfecta entre Bruce Willis y el Diablo viste de Prada, con una especie de ira contenida y bruto a más no poder; un cuarentón japonés latinizado, que probablemente era el más dicharachero de todo el equipo, y un chino de mi edad: poco hablador, e inexpresivo hasta niveles insospechados. El equipo se completaba con un canadiense blanco, blanquísimo (casi azul) con pelos eléctricos pelirrojos, y varios compañeros brasileños. El primer día de viaje, nos presentamos formalmente fuera del entorno laboral y nos dispusimos a viajar.

Es curioso que todo el mundo piensa que cuando voy a Brasil de trabajo me paso el día de samba en samba caipiriña en mano. Nada más lejos de la realidad. Aunque soñé con esa idea en algún momento en el primer viaje, lo que no sabía era que ese iba a ser el primero de los viajes donde más ciudades visitara y menos viera, ya que básicamente consistía en trabajar y volar. De ciudad en ciudad. Sin parar.

Después de más de 13 horas de vuelo con escala hasta Salvador de Bahía, como no podía ser de otra manera, en el hotel tardaron en darnos las habitaciones una hora porque estaban colapsados, ya que estaban organizando unas conferencias sobre sexualidad. No quiero prejuzgar pero claro, en un país en el que algunos hoteles en vez de dar el siempre útil gorro de ducha, dejan preservativos sobre la almohada, da que pensar. Para ser justo, creo que en este caso, se trataba de campañas nacionales de concienciación sobre enfermedades de trasmisión sexual.playa 1

Después de esa pequeña anécdota que no ayudó para nada a desmontar los estereotipos brasileños, nos reunimos con otro compañero australiano que venía de que le robaran el móvil y la cartera en un mercado cercano. En el momento mostré rostro preocupado por él, aunque en pocos segundo pasé a pensar dónde me había metido. Los mejores momentos creo que sucedían durante las cenas, donde los compañeros de trabajo contaban sus infortunios en sus años de experiencia en la región: robos a punta pistola en un atasco y tirón del móvil parecían ser los más comunes. Además, en poco tiempo también descubrí que el canadiense siempre repetía la misma historia durante las cenas: se encargaba de contar a todos que pertenecía a la religión del Atlantis. De manera pomposa explicaba que no comía cosas que caminaran por la tierra o volaran por el aire (y yo siempre pensaba: “a ver poeta, obviamente no vas a comer cosas que vuelen por la tierra y caminen por el aire”). Básicamente contaba que era vegetariano de una forma pedante.

En otra de las cenas con nuestros clientes y con todo el equipo de trabajo, nos sirvieron cangrejos. Los bichos estaban más duros de lo normal y el restaurante no tenía tenazas, así que los comensales, supongo que por timidez, apenas los tocaron. Ante eso, mi jefe, el francés, comenzó a golpear y a aplastar cangrejos con el cuchillo y la mesa sin ningún tipo de remilgo. Por supuesto, el japonés y yo que ya teníamos cierta confianza nos dejamos alimentar sin pudor. Las caras de los clientes viéndonos al trío en acción eran un cuadro.playa 2

El trabajo tiene muchas ventajas. Quizás una de las mayores era interactuar con poblaciones indígenas que de algún modo estaban afectadas por nuestros proyectos. Algunos de los momentos más esperpénticos se daban cuando el canadiense se acercaba a los indígenas para entrevistarlos: vestido con camisas estridentes (lo que se conoce como camisas de guiri), unas gafas a lo Lady Gaga con forma de caja de zapatos que cubrían sus gafas normales, y un gran anillo con una bola verde que supongo que era la llave para regresar al Atlantis cada vez que lo necesitara. Decir que los indígenas flipaban con la escena del tipo descendiendo del coche es quedarse corto. Lo mejor es que detrás solíamos ir el japonés dicharachero y yo para completar la estampa.

Después de Salvador de Bahía fuimos a Brasilia. El vuelo fue bastante agitado. A un lado tenía al compañero chino. Impertérrito. Al otro, una chica que volaba por primera vez en avión desde su pueblo natal. Después de pegar unos cuantos bandazos y hacer dos intentos de aterrizaje empecé a pensar que quizás nos estrelláramos. La chica de mi lado me comenzó a agarrar clavándome la uñas, dando rienda suelta a un ataque de risa nerviosa. Le expliqué que eso era muy normal en los aviones, aunque en realidad estaba empezando a preocuparme. Siempre que tengo vuelos agitados intento comunicarme telepáticamente con mi madre para despedirme y decirle que no se preocupe, que la vida ha estado bien y que sigan disfrutando de la vida. En esos momentos de reflexión haciendo lo propio, miré al otro lado, donde se encontraba mi compañero asiático y una pregunta clara vino a mi mente: “¿En qué coño piensa el chino este?”. Nunca lo averigüé.

Finalmente descubrí que los vuelos con turbulencias eran una constante en Brasil. Y que las anécdotas de hotel también. En nuestro segundo hotel, decenas de adolescentes se agolpaban en la entrada. Desde dentro les oía cantar algo inteligible que creo que era inglés. ¿Quién lo iba a decir? Resulta que el inglés de los brasileños puede ser tan malo como el de los españoles. Después de minutos escuchando entendí que estaban cantando Let it go a Demi Lovato: cantante estadounidense de la factoría Disney con los problemas que eso conlleva (haber tomado drogas ricas, pasar por la anorexia y atravesar una fase un poco más guarrilla para demostrar que no es un producto Disney). Esto hizo que por el hotel me cruzara con adolescentes intentando llegar a la habitación de su ídolo. Muy inteligentemente, estaban disfrazadas de incógnito con las caras pintadas con mensajes cortos y pósters enormes. Estrategias de altura que obviamente no funcionaban.

Los días de trabajo pasaron y por fin llegó el viernes. Pensé que después de tanto trabajo por fin me iba a pegar la fiesta brasileña que tanto esperaba. Al bajar a la recepción del hotel me encontré a mi jefe francés solo, el cual me explicó que mis otros compañeros se habían quedando trabajando o haciendo skype, y que el único otro joven del equipo, el chino, no podía salir de la habitación porque su religión le prohibía hacer cualquier cosa desde que caía el sol el viernes hasta la noche del sábado. Esa fue la primera de muchas cenas con mi jefe, en las que creamos una relación basada en el trabajo y el humor negro. Cosas que él tenía en abundancia.noche luces

Solo en ese primer viaje, viajé a Salvador de Bahía, Brasilia, Sao Paulo, Pernambuco y Tocantins. Las densas jornadas de trabajo cogiendo decenas de vuelos, hizo que después de solo dos viajes de trabajo a Brasil consiguiera ser cliente platino de American Airlines. Quizás eso implicó la perdida de salud mental y esperanza de vida de manera proporcional. Pero era tiempo bien invertido.

Si bien este ritmo no ayuda a disfrutar del país como me gustaría, después de decenas de misiones he desarrollado una relación amor-odio con Brasil que supongo que mitificaré con los años. Lo cierto es que tras dos años de viajes continuos con semejante equipo de trabajo, he desarrollado un cariño especial por ellos, afianzado siempre por buenas dosis de humor negro y largos días de trabajo juntos.

 

 

Crucero en el Bajo Egipto

Hace dos semanas tuve la oportunidad de hacer el famoso crucero por el Bajo Egipto. El plan que hicimos fue una ruta desde Aswan y Abu Simbel hasta Luxor, pasando por Edfú y Kom Ombo. Durante esos días tuvimos la oportunidad de visitar los principales templos del antiguo Egipto y los valles donde enterraban a los faraones.SONY DSC

Los primeros días visitamos el templo de Philae, la presa de Aswan y el templo de Abu Simbel que, al igual que ocurre con Petra, es impactante. Una vez dentro, ya te fijas en detalles de mantenimiento que se podrían mejorar, como los focos de iluminación anclados en los dedos de Ramses y otras cosas por el estilo.SONY DSC

Desde luego que Egipto es uno de esos lugares donde todo el mundo que ha pasado ha querido dejar su huella. Empezaron los faraones con los templos, los cristianos que atacaron haciendo agujeros sobre las esculturas y las paredes y el otro grupo que al parecer ha hecho más daño en ese patrimonio cultural: los arqueólogos del siglo 19. Es normal ver las estatuas con nombres tallados de esos tipos: Murray, Smith, etc. Gracias a semejantes firmas os recordaremos por lo que fuisteis: los cafres de la arqueología.SONY DSC

Casi todos los templos contaban con arcos de seguridad, muchos de los cuales estaban siendo reemplazados en algunos de ellos. Esto me pareció totalmente lógico, porque muchos se reducían a un arco de plástico roído cuya función era canalizar el paso de los pocos visitantes que había. Creo que era la cosa más inútil que había visto desde el aeropuerto de Castellón.SONY DSC

Dentro del crucero tuve la oportunidad de ver nuevas formas de venta. En Egipto es normal que vendan por pesadez, pero aquí han desarrollado nuevas técnicas combinando la capacidad de agotar al turista con técnicas dignas de entrar como disciplina en los juegos olímpicos. Bajando por el Nilo, aprovechando la apertura y cierre de esclusas para salvar los desniveles, los vendedores se acercaban en pequeñas balsas que ataban a nuestro barco. Y luego unas balsas se ataban a otras de manera que formaban cadenas de vendedores arrastrados por nuestro barco. Desde ellas, a unos 8 metros más abajo, lanzaban camisetas, toallas o galabeyas a la cubierta del barco. En lo que lo recogías y se lo tirabas otra vez, aprovechaban para negociar contigo en todos los idiomas posibles. El juego se basaba en engancharse al crucero, marear al turista cuando devolvía las cosas y pedir dinero. Lo mejor es que el barco se para cuando las dos esclusas están cerradas y desciende el nivel del agua, por lo que hay un momento en el que ves más y más cerca de los vendedores mientras disparan toallas enrolladas a diestro y siniestro. Era como uno de esos sueños donde intentas correr de algo malo pero no avanzas.SONY DSC

La cuadrilla con la que coincidimos en el crucero podría haber sido digno de ser el público de Gran Hermano. En primer lugar estaban las brasileñas. Dos mujeres exuberantes de unos 40 años de edad y con generosas posaderas que haciendo honor a su tierra vestían de manera correspondiente: súper shorts y escotes. En cada parada, ellas actuaban encantadas como si de estrellas de Hollywood se tratara, y los egipcios, que son muy espabilados, hacían cola para fotografiarse con ellas. Ellas sonreían. Ellos sonreían aún más y les señalaban los escotes y las piernas a en cada una de las fotos. Todo tenía un sospechoso tufillo a Benny Hill.SONY DSC

En segundo lugar, un americano, el cual llevó todos los días la misma camiseta donde ponía en grande “he venido a ver las pirámides, dejadme en paz”. Viajaba solo y en 3 días no fue capaz de contestar un solo “buenos días”. Llegaba a los lugares, hacía fotos con su móvil, las subía instantáneamente a Instagram y se volvía al barco, coche o cualquier otro medio de transporte que usara.SONY DSC

En tercer lugar, una familia de indios infinita, con los cuales no coincidimos en ninguna visita pero tuvimos el gusto de oír cada mañana cuando se levantaban de madrugada para ir de excursión. Hacían el mismo ruido que debían hacer los pasajeros del Titanic la noche que se hundió. Conseguí identificar una madre y un padre: los otros 14 miembros eran una amalgama de niños, bebes, creo que unos abuelos y lo creo que era la típica tía soltera.

Por último, estaba una pareja de japonesas muy serias, que tampoco se prodigaban en el arte del saludo. Estas chicas en determinados templos decidían quedarse en el coche y no bajar. En ningún momento supimos por qué.SONY DSC

Con todos estos personajes recorrimos unos y otros templos, a cada cual más impresionante. Los mejores jeroglíficos se encontraban en el valle de los reyes. Lo curioso era que en el valle de las Reinas, las estatuas de las mujeres las caracterizaban como si fueran hombres con barba para enfatizar su fuerte carácter y su capacidad de liderazgo. Claramente, esos tipos no pasaron la adolescencia con mi hermana.SONY DSC

El último día, hicimos el paseo en globo por encima del Valle de los Reyes, con las colinas a la espalda y con el Nilo y los templos de Karnak y Luxor en frente. Después del pánico inicial, cuando desincrusté las uñas del cesto al que me agarraba firmemente, disfruté de una de las mejores panorámicas que he visto en Egipto, desde 600 metros de altura. Desde luego que es un viaje digno de probar, sobretodo ahora que apenas hay turistas.SONY DSC

Gymkhana en Etiopía

Hasta que no empezamos a preparar el viaje a Etiopía, no me había dado cuenta de las dimensiones del país y de la gran cantidad de desplazamientos que era necesario realizar. En realidad, esto no difiere mucho de los otros viajes que he hecho este año, pero en este caso, el país hizo que las vacaciones fueran una verdadera aventura.SONY DSC

Nada más llegar a la capital de madrugada, Adis Abeba, cogimos un vuelo directo al norte, a la región de Bahir Dar. Allí, con la ayuda de nuestro conductor, nos dirigimos al hostal que mejor puntuación tenía en Trip Advisor. De camino, el conductor nos enseñó otro hostal de buen aspecto, el cual rechazamos porque no tenía ducha individual.  Cuando llegamos al que recomendaba la guía, resultó ser una especie de barraca de prisión sin puertas en las habitaciones, con un baño común para todo el hostal que consistía en un agujero en el suelo. Mientras nuestro conductor se reía de nosotros diciendo que debíamos de ser parientes del dueño porque no había manera de haber encontrado semejante pocilga por nuestra cuenta, pude imaginarme durmiendo en una de esas literas dormido abrazado a mi mochila preocupado por no ser robado.  Finalmente, huimos del lugar y nos fuimos a una tercera opción más limpia.

Una vez instalados, con la ayuda de un guía, hicimos lo propio: visitar iglesias, lagos y las increíbles cataratas del Nilo Azul. Todo era impresionante: la gente, el paisaje, la cultura. El único problema era que al haber trasnochado viajando, cada vez que nos desplazábamos de un lugar a otro, me quedaba dormido como si tuviera narcolepsia y cuando el guía decía algo, alzaba la vista asintiendo con una sonrisa, como si todo lo que estaba diciendo fuera súper interesante.SONY DSC

Al día siguiente viajamos en coche a la ciudad de Gondar, que se encuentra cerca de las Montañas Simien. Allí, después de negociar con un par de hostales, nos quedamos en uno de los mejores ya que nos hicieron un descuento por ser temporada baja. En Gondar visitamos la ciudad y sus castillos. Por la noche, decidimos culminar el día yendo a uno de los mejores restaurantes de la ciudad que tenía certificado de excelencia de la guía Trip Advisor. Tres horas después de cenar me encontré en el baño de mi hotel vomitando todo el menú. Tengo que agradecer otra vez a Trip Advisor sus recomendaciones para Etiopía. Consiguió lo que no había conseguido mi osadía culinaria en Egipto, India o Sudán: provocarme la primera gastroenteritis de mi vida. Para más INRI, consiguió lo que parecía imposible: provocar una gastroenteritis a dos vascos de pelo en pecho.SONY DSC

Esto hizo que los tres días de marcha planeados se convirtieran en dos. Después de pasar un día de reposo en el hotel, nos fuimos a hacer trecking a las montañas Simien: básicamente es como estar en Jurassic Park pero en lugar de dinosaurios y científicos, hay monos, niños, cabras, muchos burros y pájaros de todos los colores.SONY DSC

El conductor que nos tenía que llevar en todoterreno tardó unos 10 metros en salirse del camino y atascar el vehículo en el barro. Después de sacar el coche empujado por toda la tribu presente, pude comprobar que el 50% del tiempo lo pasaba mirando hacia el copiloto para charlar, así que era cuestión de tiempo que volviera a suceder. El recorrido por las montañas me lo había imaginado un poco como de andar por casa: resultó que hizo más frío y humedad de lo esperado y menos oxígeno del deseado. Ya por la noche en el campamento notaba la presión en el pecho por la reducción de oxígeno. Por lo visto, lo que yo imaginé como unas bonitas colinas, eran en realidad unas montañas que alcanzaban los 4000 metros de altura en algunos puntos. Además, por la noche, tuve la suerte de servir de alimento a una familia de pulgas que me dejaron seco en cuestión de horas.  Esto hizo que el segundo día de marcha me debatiera entre la admiración por el entorno, el cual era espectacular, y el caminar como un moribundo. Después de unas pocas horas, aparecieron unos chavales de la nada con unos burros que nos ayudaron a terminar la travesía hasta el coche.SONY DSC

Esa noche volvimos a dormir en Gondar y por la mañana cogimos un vuelo a Lalibela; un pequeño pueblo que tiene 11 iglesias excavadas en la roca y era el centro de peregrinaje de cristianos africanos que no conseguían llegar a Jerusalén. Cuando paseábamos por la ciudad, los niños nos acosaban pidiendo bolígrafos. Todos decían que teníamos un nombre bonito, que querían ser ingenieros o doctores y que recordáramos sus nombres después del paseo para que les compráramos algún souvenir. Después de horas paseando con varios encuentros con un mismo chaval, acabé regalándole una de mis camisetas por insistencia. Era curioso que los niños hablaban inglés con fluidez mucho mejor de lo que lo hacemos nosotros.SONY DSC

El chaval al que di la camiseta, que tenía un ojo blanco, también me pidió el email así que se lo dí. Lo que tardé en ir de la puerta del hostal a mi habitación es lo que el chaval tardó en ir a un ordenador y mandarme un email saludándome. Cuando hablaba con los niños les decía que estudiaran, que se portaran bien y que respetaran a las mujeres. Es decir, les decía todo lo que se me pasaba por la cabeza en esos momentos: solo me faltó decirle “pezqueñines no gracias” para cubrir todos los aspectos de la vida.

En la Lalibela, de madrugada tuvimos la oportunidad de ir a la misa de las 5 de la mañana. La gente rezaba dentro y fuera de la iglesia y en las proximidades. Generalmente lo hacían descalzos, así que nosotros nos descalzamos. Después de hora y media viendo iglesias, misas y feligreses devotos, no sé si mi alma estaba más limpia, pero mis pies seguro que estaban más sucios.SONY DSC

Hay algo muy curioso que hacen de vez en cuando la mayoría de los etíopes al hablar: pequeñas aspiraciones de aire como si se estuvieran ahogando. También era curioso ver a algunos españoles riéndose del gesto mientras ellos sorbían mocos cada 5 minutos haciendo más ruido y más molesto.SONY DSC

Después de Lalibela, cogimos un vuelo a Adis Ababa, ya que la guía hablaba de su vida nocturna, música en directo y los mercados locales. Para nosotros la ciudad se convirtió en un pequeño infierno de obras y ruido, que culminó con el hecho de que me robaran el móvil: tuve suerte y lo recuperé en cuestión de segundos.

Visto el éxito de la capital, decidimos coger un coche e ir hacia el sur a visitar los lagos que se extendían hasta Awasha, donde hicimos noche. En el trayecto, pinchamos 5 veces las ruedas, por lo que tuvimos la oportunidad de ver varios poblados puramente africanos y varias reservas naturales impresionantes. Ya en Awasha, vimos que era una mezcla entre Torrevieja y una tribu africana: tenía una calle principal llena de bares que moría en una iglesia en la cual había mucho ambiente. Por el día visitamos el fish market, donde se agolpaban pelícanos y personas en igual número y donde comían pescado con el mismo ansia. La aventura se acabó con la  vuelta al aeropuerto: tras casi 40 picaduras en el cuerpo, mi propio cultivo de chinches en la mochila, alguna prenda menos en la maleta y con ganas de haber visto más.SONY DSC

Puedo decir que Etiopía es un país lleno de contrastes y singularidades. Por ejemplo, sus años tienen 13 meses, ellos se encuentran en el año 2006 y el día comienza cuando amanece y acaba cuando anochece. Es un país que no fue colonizado y ha hecho que guarde una esencia especial. Recomiendo a cualquiera que lo visite, que vaya cargado de bolígrafos, ya que a los niños les encantan. Y también recomiendo a los fotógrafos aficionados que se muestren respetuosos con las fotos, porque es bastante lamentable ver a occidentales haciendo fotos a niños pobres a escasos centímetros de su cara sin ningún pudor o consideración.

Buceo en el mar rojo

En el puente que coincidía con el final del Ramadán decidimos irnos al Mar Rojo a hacer un curso de buceo. Llevábamos bastante tiempo preparando la idea, y de los posibles destinos que hay en Egipto elegimos Marsa Alam. La aventura ya empezó cuando intentamos reservar el viaje y la estancia. Después de decenas de llamadas y correos, de valorar ir en coche, autobús o avión, de contactar con varios sitios de la zona, finalmente acabamos alquilando una furgoneta e irnos a un pequeño complejo ecológico cerca de la frontera con Sudán.

Lo curioso de los viajes en Egipto es que te da la sensación de que aunque todo este reservado, hasta que no estás en el propio lugar, no tienes la certeza de que todo saldrá bien. Después de pasar 10 horas en la furgoneta, la cual tenía los asientos forrados de plástico (cosas de egipcios), llegamos al complejo empapados en sudor.

Una vez nos instalamos y acordamos el tipo de curso que haríamos, nos fuimos a hacer snorkel en la orilla. En esa primera aproximación todo lo que vimos nos pareció espectacular: corales, peces, un manta…foto 2

Durante el curso de buceo PADI fuimos alternando las inmersiones con la teoría. La parte teórica consistía en leer un libro que parecía escrito por un catequista de los 90. En él, podíamos encontrar frases lapidarias del tipo «hacer buceo es bueno para conocer gente, ir a sitios de buceo y hacer cosas debajo del agua» o «un compañero aporta seguridad y diversión». Tan amena lectura era acompañada de unos vídeos infumables sobre el buceo que perfectamente podrían ser un documental de las vacaciones de Sarah Palin con un toque a los vigilantes de la playa. Después de torturarnos cada mañana con ese rato de cultura del buceo, hacíamos las inmersiones. Básicamente nos pasamos dos días debajo del agua, donde el monitor nos hacía pequeñas faenas para saber cómo actuar ante cada tipo de percance: vaciar la máscara de agua debajo del agua, qué hacer si se acababa el oxígeno, socorrer a un compañero, etc. El monitor, un tipo súper tranquilo, debió quedar anonadado ante el espectáculo que dimos. Creo que debimos atormentarle un poco la primera vez que nos sumergimos ya que entre los 4 que íbamos, le repetimos las mismas preguntas una y otra vez. Por un lado, a un amigo que no podía sumergirse con el peso del propio equipo, le llenó los bolsillos de rocas; mientras tanto, yo, con la comodidad del neopreno y el agua caliente del mar, no podía evitar hacer pis en cuanto entraba en el agua, por lo que en esos períodos de trance no escuchaba sus explicaciones. Por otro lado, cada vez que cada uno de nosotros hacía un ejercicio debajo del agua el profesor nos aplaudía. Me dio tanta pena que nada le dijera nada cuando lo hacía, que cuando él hacía el ejemplo yo le aplaudía para que se animara. El tipo obviamente pasaba. Tuve algún problemilla para encajar mi nariz en la máscara: estaba convencido de que la mía debía se de niños, pero resultó que no. Que para mi horror mi nariz es grande.foto 1

Cada poca distancia, había que equilibrar los oídos de manera tranquila para no dañarnos los tímpanos, haciendo todo cuidadosamente. Esto por supuesto nos salía genial cuando descendíamos de manera ordenada con el instructor. Cuando estábamos viendo corales, y en algún momento de descuide te veías ascendiendo de manera incontrolada a la superficie, hacías lo posible por bajar otra vez con el grupo antes de que se diera cuenta del error. Y ahí, hacerlo cuidadosamente era un poco secundario, ¿Qué importaba la salud de tus tímpanos comparado con la vergüenza de que el profesor te pillara flotando a la deriva con cara de desesperación?

En otro ejercicio de orientación, llegó una corriente que trajo algo de basura de otro sitio. En ese momento decidí alimentar mi espíritu ecologista y me dediqué a recoger plásticos mientras hacíamos los ejercicios, los plásticos me los iba enganchando en el neopreno y ya en superficie los metía en un trozo de bidón que encontramos. El monitor, después de entender que no tenía el síndrome de Diógenes y me dedicaba a recoger y almacenar mierda gratuitamente, lo agradeció con una sonrisa.P1060250

Las pocas fotos que pude hacer debajo del agua, fueron casi en la superficie, ya que lo único con lo que contaba era mi cámara y una bolsa de plástico acuática de los chinos similar a las bolsas de congelar comida.

En la zona había tortugas verdes, delfines, morenas, rayas y peces de todo tipo. Nosotros no pudimos ver todo eso, pero el hecho de ver a las rayas planeando o a una morena escondida a escasos metros fue impresionante.

Tailandia: el viaje más guiri

El último viaje que hice fue a Tailandia. La verdad que no había leído mucho acerca del país previamente a la elección, pero me llamó la atención cuando decía que iba a ir de vacaciones a Tailandia la gente se sorprendía por la decisión. En algún momento alguien incluso llegó a decir: “¿Tú? Pero si no tienes pinta de putero..” a lo que no supe muy bien que responder. La intención era visitar templos, ciudades y playas paradisíacas. No tuve en cuenta que también era un destino muy demandado por otros motivos.

Para el viaje, usamos el idiotizador de viajeros por excelencia: La lonely planet. La verdad que te resuelve la papeleta en muchas situaciones, pero es verdad, que si abusas de ella, se te pone complejo de oveja.

La llegada a Tailandia fue muy cansada. La primera noche anduvimos por el centro de Bangkok por la zona más turística: Khaosan Road. Un cruce de calles con numerosos bares, restaurantes y centros de masajes, acompañados por música, muchísimos turistas y puestos ambulantes. Lo que más me llamo la atención fue el descontrol de los turistas y la gran cantidad de fiesta que había. En un momento dado, viendo a un británico borracho como una cuba, hablando solo y andando a 4 patas, tuve la sensación de que desaprovechaban todo lo que la ciudad y el país podía ofrecer de verdad. Solo tardamos 24 horas en acabar borrachos, comiendo escorpiones de un puesto ambulante y montándonos 6 personas en un Rickshaw de 3 plazas cantando a pleno pulmón. Durante el día siguiente nos moderamos e hicimos turismo por la ciudad.SONY DSC

Entre otras cosas, hicimos la visita obligada al Palacio Real. De camino al palacio, algunas personas nos decían que estaba cerrado y nos aconsejaban ir a otros lugares que ellos nos indicaban. ¿Quién iba a pensar que aquellas personas con cara de pan y ojos rasgados iban a engañarnos para hacer negocio de nuestro viaje? Menos mal que veníamos avisados por la guía y no caímos.SONY DSC

Después de dos días en Bangkok, fuimos al norte en un tren nocturno. Estuvimos en Chiang Mai visitando templos. Muchísimos. Todos muy llamativos. Aunque después de los 10 primeros empieza a costar diferenciar cual es cual. También contratamos una excursión para montar en elefante y visitar la tribu de las mujeres jirafa. El paseo en elefante, para mi horror, supuso darme cuenta de la pobre vida de estos animales en este tipo de tours. Supimos de la existencia de otros lugares donde eran mejor cuidados pero ya era demasiado tarde.SONY DSC

Por la tarde pudimos visitar la tribu de las mujeres jirafa. La verdad que era realmente espectacular la fisionomía de estas mujeres. Aunque en este caso, las mujeres básicamente regentaban un mercadillo y eran expuestas al público a modo de zoológico.SONY DSC

Después de pasar unos días en Chiang Mai, nos dirigimos al sur en busca de las famosas playas paradisíacas. La zona elegida fue Ao Nang. Desde tuvimos la oportunidad de ver Raylai y un conjunto de islas impresionantes. Tuvimos la suerte de que casi siempre esquivamos las aglomeraciones de turistas ya que cogíamos pequeños botes individuales. Excepto una vez donde contratamos una excursión para ver varias playas. Además ese mismo día por la mañana jarreó agua durante varias horas. El concepto era montar en un barco con otros 50 ilusos que habían caído en la misma trampa que nosotros y visitar varias islas haciendo varias paradas para comer, hacer snorkel o bañarnos.SONY DSC

La guía que nos acompañaba, que apenas levantaba medio metro del suelo, estaba curtida en viajes y en turistas. Era como si el personaje de Lilo en Lilo & Stitch hubiese sido marginada por Disney, se hubiese dado a las drogas y el alcohol y hubiese vuelto a encauzar su vida como guía turística en un bote de recreo. Era como un pequeño sargento que daba las indicaciones a gritos: cuando era zona de playa “Just swimming, not snorkeling”, cuando era zona de corales “Just snorkeling, not swimming”, cuando había que observar un paisaje “Take camera, best memories” y cuando veía que había demasiada lluvia “no camera, just memory”.SONY DSC

En algunas de estas playas, los barcos se apiñaban repletos de peregrinos: éramos hordas de turistas de playa en playa bajo el diluvio universal. Nos pasamos todo el día mojados, y tengo que decir que al principio me encantaba la idea. Volver a ver la lluvia. Después de tantos meses. Respirando profundamente y mojándome entero como si de una película de Isabel Coixet se tratara. Mi lado gafa-pasta estaba satisfecho. Después de unas horas, la situación empezó a crisparme. Y cuando, con la piel arrugada como una pasa, me bañé en la última playa, en un momento de desesperación dije “que hastío de lluvia por Dios, que me van a salir corales en los cojones”

El último día, pudimos disfrutar otra vez de una de las playas maravillosas con poca gente y con el agua templada como una sopa.

Tailandia es un destino muy interesante, con una cultura muy diferente a lo visto hasta ahora. Aunque si no se quiere caer en la rutina y lo típicamente turístico, conviene prepararse el viaje al margen de guías y consejos de agencias.

India

Después de un largo viaje desde El Cairo, con una escala en Kuwait, por fin llegué a Delhi a las 6 de la mañana. La verdad que llegué hecho un trapo, pero según mis cálculos, disponía de 2 horas de sueño antes de empezar a patear la ciudad. Por supuesto, mis cálculos estaban mal y empezamos la jornada a las 8 de la mañana, tras haberme encontrado con algunos de mis amigos.SONY DSC

La verdad que después de llevar 6 meses en El Cairo, cada vez es más difícil sorprenderte por las situaciones cotidianas de otros países, pero en La India todo es posible. Las calles son mucho más ruidosas y están más abarrotadas que en El Cairo, lo cual me parece digno de admiración, ya que superar a El Cairo de esa manera tiene mérito. En realidad ese primer día lo recuerdo un poco con sorpresa y admiración, hacia todo lo nuevo que estaba viendo, pero también con cierto dolor. Físico. Porque la paliza que llevábamos encima yendo de un sitio a otro de la ciudad nos dejó rotos. Tal es así, que en el último templo que visitamos, Humayun’s Tomb, nos quedamos dormidos roncando a coro en uno de los jardines.SONY DSC

El segundo día, nos encontramos con nuestro chófer, el cual no hablaba casi inglés y se comunicaba con eructos y escupitajos. Después, nos juntamos con el resto del grupo para empezar la ruta por Rajasthan. En La India, como en Egipto, los cinturones de seguridad brillan por su ausencia, pero claro, ¿quién quiere cinturón de seguridad teniendo una figura de una elefanta con 8 brazos en la guantera? Teníamos toda la protección que necesitábamos con semejante diosa. Por nuestro recorrido tuvimos la oportunidad de visitar Agra, Jaipur, Pushkar, Udaipur, Jodhpur y seguramente alguna ciudad más acabada en pur. Los recorridos los amenizábamos cantando y cuando el conductor sentía que le iba a explotar la cabeza de escucharnos, ponía música india, mucho más relajante. Había veces que las trompetillas y las voces súper agudas apenas nos taladraban los tímpanos. SONY DSC

Algo gracioso que vi eran los mensajes de los camiones. A falta de una regulación al respecto sobre señalización, ellos mandan mensajes a otros conductores con pinturas de colores en las partes de atrás. El más común era el de pitar cuando te aproximes “Blow Horn”, aunque había otros más cercanos: “My name is…”, “Good luck!”, “Great India” “Use dipper at night” y “horn please ok”. En algunos rincones era difícil moverse, ya que entre los usuarios de la calle había al mismo tiempo coches, Tuc Tuc, bicis, motos, perros, personas, cabras y vacas. Eso sí, las vacas paseaban por cualquier lugar de la ciudad a sus anchas y nadie les decía nada, simplemente eran esquivadas. Por el contrario, a los peatones se les criticaba sin contemplación cuando se interponían en el camino de algún vehículo.SONY DSC

La India es un destino muy recomendable y muy económico. En nuestro recorrido, llegamos a hospedarnos en el hotel con mejor relación calidad precio en el que he estado. Costaba 3 euros la noche. Y por lo menos merecía 5 euros la noche. Dormí en el suelo sobre una especie de futón, estratégicamente cubierto con mi toalla. En alguno de los templos que visitamos, nos dimos cuenta de que mientras nosotros hacíamos fotos de los monos que correteaban a nuestro alrededor, los indios nos hacían fotos a nosotros. Uno de mis amigos era especialmente solicitado para hacerse fotos con los jóvenes. Tras un rato, nos dimos cuenta de que lo que nosotros pensábamos que era admiración hacia su belleza, era en realidad sorpresa hacia su palidez (o ausencia de moreno).SONY DSC

Uno de las mejores cosas que experimentamos fue el festival de Holi. Es el festival con el que dan la bienvenida a la primavera. Básicamente la gente se pasea por la calle y se pintan los unos a los otros con polvos de colores. Y nosotros, claro, hicimos lo propio. También a veces echan agua. El procedimiento es ir andando y abrazando gente y pintando cara, pelo, hombros y todo lo que se tercie. Algunos de los varones jóvenes aprovechaban para tocar alguna teta de alguna de las turistas. Pero eso era muy anecdótico.DSCF1061 copia 5

Dicen que La India te encanta o te horroriza y a mi me enamoró. Es cierto que se ve pobreza y que solo vimos una pequeña parte del país, pero aun así, la gente que encontramos fue muy agradable.

Odisea en el Sinaí

El fin de semana pasado decidimos acercarnos al mar rojo. Concretamente a la parte oriental de la península del Sinaí. El viaje parecía una locura solo para un fin de semana. Pero teníamos un plan. Haríamos el viaje de noche para poder pasar el trayecto durmiendo y llegar al amanecer justo para disfrutar de los arrecifes de coral que hay en la zona.

El jueves a las 12 de la noche quedamos con el conductor de la furgoneta. Yo fui el primero en llegar y todos llegaron, como mínimo, con media hora de retraso. Después de refunfuñar, yo que soy muy hábil me dí cuenta de que me había olvidado el saco de dormir y tuve que volver a casa y hacer esperar a todos. Con esto el plan se vio ligeramente alterado.

Salimos tarde y el conductor decidió que para acortar lo mejor era atravesar por la plaza Tahrir, la cual está impracticable debido a las barricadas y tiendas de campaña que hay. A pesar de que todos los coches daban la vuelta y nos hacían gestos con los que creo que intentaban decir algo como “pero qué hacéis locos, iros para casa turistas ignorantes”, el conductor continuó. Finalmente, una barricada policial nos tuvo que abrir paso y salimos por fin de El Cairo.

Hasta aquí había sido lo fácil. Continuamos el viaje y llegamos al Sinaí. Simplificando mucho: para cruzar el Sinaí hay tres carreteras, “la del norte” que es la menos larga, “la del medio” que es la medianamente larga y la de la costa que es larguísima. Nos dijeron que teníamos que coger la de la costa porque es la más segura para turistas. El conductor decidió ir por la del norte a pesar de nuestras indicaciones. Esto cambiaba un poco el plan también. Finalmente, llegamos a un punto donde el ejército no nos dejó pasar porque decía que no era seguro para nosotros. Parece que para los propios egipcios si lo era, porque pasaban coches y furgonetas con total tranquilidad. Nos dijeron que o esperábamos hasta el día siguiente a la 1 de la tarde, hora a la que oficialmente vuelve a ser seguro, o nos fuéramos. Obviamente, nos fuimos y deshicimos el camino andado durante la última hora y media, lo cual también afectaba al plan inicial. Después cogimos la carretera de la costa y fuimos hacia el sur. Cuando todos nos dormimos, el conductor decidió coger la carretera “del medio” y cuando el ejército le paró, les dijo que éramos egipcios y siguió adelante. Entiendo que, o les dijo que éramos una excursión de egipcios albinos, o eran soldados que aprobaron raspadito. En cualquier caso, eso hizo que llegáramos según lo previsto en el plan.odisea 1

En el mar rojo estuvimos en la zona de Nweiba: una zona abandonada con agua azul celeste y en la cual de un lado están las montañas del Sinaí y del otro las montañas de Arabia Saudita, tan solo separadas por 10 kilómetros de distancia. Pudimos disfrutar de dos días escasos de paraíso. El día antes de ir, nos dijeron que por la noche había problemas de abastecimiento de gasolina, así que le dijimos al conductor que llenase el depósito por el día.odisea 2

Fue en el viaje de vuelta donde surgieron pequeños percances, ya que están extremando la seguridad, aunque no tanto la eficiencia:

17.00 h Salimos de Nweiba en dirección Cairo.

17.30 h El conductor decide ir por la carretera “del medio” ya que todavía es de día, y por lo tanto, seguro.

18.15 h Nos para el ejército en un Check Point y le dice al conductor que no puede cruzar con extranjeros.

18.20 h Volvemos para atrás y nos dirigimos hacia el sur.

19.20 h Pasamos por una gasolinera donde hay un mar de coches pitando, esperando gasolina. Pasamos por su lado y yo pienso pobres almas de cántaro que no han echado gasolina de día.

19.22 h Veo, para mi estupor, que nuestro conductor se mete en la marea de coches porque nos dice que no tiene suficiente gasolina.

19.25 h Con los ojos como platos, veo como se mete por un lateral y acaba a la altura de los surtidores.

19.30 h No sé que bazofia les cuenta a los que están ahí, pero milagrosamente nos dan gasolina.

19.35 h Seguimos nuestro camino.

21.35 h Llegamos al control de policía de la carretera de la costa y nos indican que no podemos cruzar porque al ser de noche y haber americanos en el grupo, necesitamos un permiso de policía de la comisaría más cercana.

21.40 h Nos damos la vuelta.

22.00 h Encontramos la comisaría del pueblo más cercano y esperamos que nos firmen la autorización jugando a adivinazas, a la pelota, etc.

23.00 h Finalmente conseguimos el permiso.

23.05 h  Volvemos a la carretera de la costa.

23.35 h Pasamos el control.

00.30 h Pinchamos una rueda. La rueda de repuesto está desinflada y no tenemos inflador.

00.40 h Llega la policía y nos deja una rueda.

01.00 h Llegamos al pueblo más cercano. Nos hinchan la rueda y devolvemos la otra a la policía.

01.20 h Continuamos nuestro camino hacia el norte hasta el Canal de Suez

04.30 h Llegamos al control de policía de Suez y nos dicen que no podemos cruzar y tenemos que esperar al amanecer.

04.40 h Gracias a la intervención de un amigo y a mencionar algo sobre la embajada, nos dejan cruzar

06.30 h Finalmente llegamos a El Cairo.

07.00 h Llego a casa

07.10 h Me meto en la cama

08.15 h Me levanto para trabajar con la misma cara que el feo de los hermanos Calatrava

En algún momento de la mañana: parada cerebral.

Fin de año en Estambul

Este año y por primera vez en mi vida, pasé la mitad de las navidades fuera de casa con unos amigos: El destino en este caso fue Estambul. La ciudad, a priori, no me atraía mucho, a pesar de todas las buenas referencias que me daban todas las personas que ya habían estado.  Tengo que decir que después de 4 días de turismo y fiesta la ciudad me conquistó. Estambul es una mezcla entre Europa y Oriente Medio. Puedes encontrar ambos mundos bien representados: Puedes comer ese cordero típico de los países árabes que parece haber sido alimentado con Salfumán, o comerte un McDonalds casero como en cualquier ciudad cercana. En ambos casos la digestión se antoja divertida.

P1050349En la ciudad hay varios iconos que merecen una visita: Santa Sofía, que desde fuera es cierto que parece una azucarera pero que por dentro es espectacular.

Santa Sofía III

La mezquita azul, una mezquita en la que tuvimos que esperar una hora a que terminarán el rezo y que una vez dentro, te ves en envuelto en una experiencia psicotrópica producida por dos motivos a partes iguales: los espectaculares techos y el intenso olor a pies de las moquetas.

P1050388

El espectáculo de los derviches, donde unos bailarines con faldas hasta los pies dan vueltas sin parar con cara de haber comido algo en mal estado. Es un espectáculo curioso, aunque si soy honesto, entre el público se contaba el mismo número de personas durmiendo que sacando fotografías.

P1050332

Entre otras experiencias, pudimos hacer un crucero por el Bósforo, que también es muy bonito, a pesar de que el frío nos dificultara la respiración. Por supuesto, también paseamos por el gran bazar (una especie de Carrefour pero de corte oriental), fuimos a la famosa calle Istiklan y vimos la Torre Galata.

Santa Sofía II

Concretamente el día de fin de año, no supimos que es lo que hacían cuando daban “las campanadas” hasta el mismo momento en el que hicimos la mundial cuenta atrás. En turco. Las horas previas a las 12 de la noche, la gente paseaba por la calle Istiklan de forma masiva, acompasada por la música de las fiestas de fin de año de los garitos cercanos. Aunque el ambiente es muy festivo y hay muchísimas ganas de fiesta, tengo que decir que en algunos momentos acojona. La gente gritaba tanto que hubo algún instante donde pensamos que era una manifestación donde iban a acabar a palos. Digamos que el hecho de que todo estuviera lleno de policía, algunos paisanos gritaran como holligans y en la calle hubiera material de obra fácilmente arrojable, nos despistó a la hora de entender su espíritu navideño.

Escapada a Jordania

Hace unas semanas estuve de viaje por Jordania. Disfruté de una ruta de tres días por todo los iconos del país junto con otros cinco amigos. El viaje lo organizó a la perfección una buena amiga, aunque esto no quitó que disfrutáramos de las sorpresas propias de este tipo experiencias.

Para mi sorpresa, en Amman hacía mucho frío y estaba lloviendo. Después de unos meses en El Cairo, la ciudad me pareció “muy europea”. Cuando lo comenté con los que vivían allí no contestaron, pero se rieron durante un rato. Supongo que el hecho de que no hubiera gatos y basura en la calle y por la noche hubiera silencio, me descolocó.

Wadi rum

Después de hacer noche en Amman, fuimos al desierto de Wadi Rum. Nuestra idea era hacer un rally por el desierto y disfrutar del paisaje y la adrenalina. La realidad fue un paseo en todoterreno por el desierto como guiris en lata.  El guía, de unos 15 años de edad, se presentó como Diplomado en Turismo por la Universidad de Dubai. A partir de ahí el resto estuvo acorde a su titulación. Nos llevo a varios lugares icónicos, a una supuesta cara esculpida por/para Lawrence de Arabia, que en realidad parecía un trozo de cartón-piedra sacado de Port Aventura, y lo que él llamo el anochecer en el desierto: ver el sol esconderse detrás de una montaña a media tarde. Cuando te das cuenta de que eres parte de esos grupos de guiris que disfrutan de las actividades, te imaginas a ti mismo con los calcetines levantados hasta las espinillas y chanclas, en conjunto con cámaras de fotos réflex puestas en modo automático.

SONY DSC

En realidad el desierto era muy llamativo. Pudimos ver las formaciones rocosas rojizas y las dunas de arena rojiza bastante peculiar. Esa noche dormimos en jaimas, disfrutamos de la boda beduina de dos de nuestros amigos y vimos estrellas fugaces en un cielo plagado de estrellas.

Cuando fuimos a Petra, la sensación fue espectacular. Caminamos por un cañón que se iba estrechando hasta llegar al famoso tesoro. A partir de ahí, las estructuras excavadas en la roca se suceden hasta culminar con el monasterio, el cual encuentras horas después en lo alto de la montaña.

SONY DSC

Para ser justos hay que decir que si Indiana Jones realmente hubiese ido a Petra en su última cruzada, no hubiese cabalgado en lomos de un elegante caballo. Hubiese ido en burro arrastrando los pies por la arena y con dos chavales azotándole el culo con un látigo. Esa es una de las cosas que llaman la atención. La cantidad de burros que hay, y los palos que reciben por parte de los chavales para que transporten a los turistas a lo largo del recorrido.

SONY DSC

El último día, fuimos al mar muerto. Creo que hicimos lo que todo el mundo hace: flotar en el agua ultra-salada (de sensación aceitosa), ver como la gente se sacaba fotos simulando leer revistas dentro del agua en posturas imposibles, y embadurnarnos de lodo, que supuestamente es muy bueno para la piel, pero que nos dejó pegotes de barro por todo el cuerpo.

SONY DSC
Jordania me pareció un país un poco despoblado, no sé si porque es temporada baja, porque son 6 millones de personas en todo el país y eso equivale a un barrio estándar de El Cairo, o porque me he acostumbrado tanto a Egipto que de aquí en adelante todo me parecerá un rollo si no tiene gente a mansalva y ruido, mucho ruido.